El hombre invisible

Recibido fríamente, es con el tiempo que adquiere cierta reputación, porque aunque sea una obra menor, sigue siendo la obra de Verhoeven. Así que está un poco por encima de la pelea.

Bajo el patrocinio de Jason Blum, que se ha convertido en EL productor insignia de un cine de terror de calidad, Leigh Whannell hace algo más que desempolvar un mito nacido en el siglo XIX, lo deconstruye en su debida forma con brillantez y elegancia. Ya sea en el tema, la historia o la dirección, «El Hombre Invisible» es una pequeña obra maestra, y estoy sopesando mis palabras.

Al trascender totalmente el material original, una novela de H.G. Welles publicada en 1897, Whanell hace suya la mitología y todas las posibilidades de un personaje cuyo poder está más allá de la comprensión.

Sigue vivo

Con un arco narrativo simplificado y purificado de todo embellecimiento, la historia se centra en lo esencial, y es con una eficacia loca que Whanell, de quien ésta es sólo la tercera producción, explota su tema en forma de un espectáculo de una riqueza sin precedentes.

Al destilar un suspenso, duradero y a gran escala, «El Hombre Invisible» es una aventura magistral y angustiosa de un autor que sabe lo que hace y adónde va. Su misma estructura corresponde a las codificaciones de un estilo de producción que ha desaparecido un poco, que consigue hacer suyo, liberando su contenido de cualquier excedente pesado.